Jean-Pierre Labasú

Bienvenid@s a las sombras una semana más. Hoy quiero comenzar recomendando un terrorífico libro de relatos que cayó en mis manos (bueno, más bien en mi móvil) y que me ha sorprendido gratamente. Se trata de Noche de almas de Mikel Santiago.

Os dejo la opinión que puse del libro en Amazon: «Relatos muy intrigantes y con unas descripciones y personajes fabulosos que te introducen en su universo a la perfección. La historia que da nombre al texto me parece increible, las demás están bien, pero pienso que se les podía sacar más jugo.

En definitiva, me ha encantado poder conocer a este autor y voy a seguir su obra sin duda. Hay muchos problemas de acentuación, repeticiones y faltan palabras, son más problemas de revisión que de estructura. Supongo que en las demás novelas este problema ya estará solucionado, pero yo sí que le recomendaría una revisión y actualización de su obra para que esté más limpia»

Y así, sin más, llegamos al pavoroso y vengativo relato de la semana. Pasarlo de miedo…con miedo, como decía uno de los más grandes.

Una fría mañana, un pueblecito de montaña de esos en los que nunca pasa nada amaneció empapelado de vistosos carteles que anunciaban el extraordinario espectáculo del grandioso mago Jean-Pierre Labasú para esa misma noche. Cuarenta y cinco minutos antes de la hora marcada, la plaza ya estaba abarrotada por casi la totalidad del pueblo que acudió a la cita. El entusiasmo se palpaba en el aire, sobre todo por parte de los niños que no paraban de correr, reírse y berrear.

Era la primera vez que venía un mago itinerante al pueblo. En realidad era la primera vez que venía alguien a hacer un espectáculo desde que antaño viniera el circo ambulante de los fenómenos con sus enanos siameses, su niño perro, su mujer barbuda y sus deformes niños con dos cabezas o cuatro pies que dejó de visitar el pueblo desde los altercados sucedidos años atrás. En un pueblo de esas características, los sucesos de dicho escándalo habían marcado tanto a los vecinos que, aun habiendo pasado ya trece años y que muchos no habían ni nacido o eran muy pequeños entonces, todavía hablaban de ellos.

Pasó que esas buenas gentes no pudieron permitir la manera en la que el «dueño» de esos fenómenos maltrataba al pobre niño perro y los demás fenómenos del circo. El chico tenía una deformidad en las piernas que le obligaba a doblarlas al revés y caminar a cuatro patas soportando un insufrible dolor. El feriante, indiferente ante dicho padecimiento, no paraba de golpearlo con un palo para que andara e hiciera trucos absurdos.

Serviliano, el joven y robusto hijo del tabernero del pueblo, se abalanzó contra él y le golpeó violentamente con su propio palo. Los vecinos y los fenómenos del circo se unieron a él propinándole una terrible paliza. Por un accidente, Serviliano tiró una de las lámparas de aceite al abalanzarse contra el hombre. Un pequeño fuego comenzó a brotar alcanzando al carruaje mientras el hombre recibía la tunda que lo dejó inconsciente.

Los vecinos no se percataron del incendio hasta que les alertaron unos alaridos provenientes del interior del carro. Varios intentaron socorrer a la persona encerrada, pero ya era muy tarde, el fuego les impedía el acceso y devoró por completo el carro y quién fuera que hubiese dentro. Por miedo a posibles represalias legales, los vecinos convinieron en hacer desaparecer los restos mientras los fenómenos huían al bosque. En los años venideros surgieron decenas de leyendas de monstruos por la zona, pero la verdad es que nunca se les volvió a ver.

El feriante despertó en la casa de socorro del pueblo vecino unos días después preguntando por su hija adolescente.

—Juro que me vengaré —dicen que gritaba el hombre cuando descubrió lo sucedido—. No sé cuándo, pero lo haré —amenazó.

Pero nadie lo volvió a ver jamás.

La gente comenzaba a inquietarse cuando llegaba la hora marcada en los carteles y el mago no aparecía por ningún lado. De pronto, cuando sonaron las campanadas de la iglesia, una estridente música de pianola invadió la plaza. Los vecinos miraron para todos los lados sin comprender de dónde surgía el sonido.

Sin previo aviso, en el centro de la plaza estalló una columna de humo multicolor. La gente se asustó y gritó, pero al instante prorrumpió en una ovación al disiparse el humo  y surgir un extraño carruaje. Era de metal negro y parecía una pequeña locomotora de vapor adornada con extraños cachivaches de metal dorado, lámparas de aceite por doquier y situados a cada costado dos grandes carteles negros con letras doradas que rezaban: «El Asombroso Mago Jean-Pierre Labasú». Del techo brotaban unos extraños tubos con forma de trompeta de los que surgía la exótica musiquilla.

La gente asombrada aplaudió y vitoreó cuando unas de las paredes cayó, convirtiendo al carruaje en un improvisado escenario franqueado por cortinas rojas. En el centro había una bonita mesa redonda con un mantel negro donde descansaban varios utensilios para los trucos de magia, y en la parte del fondo se distinguía una extraña caja de gran tamaño decorada con motivos barrocos. Frente a la mesa había un hombre muy alto de mediana edad que vestía un elegante traje de chaqué largo y una chistera negra. Un larga melena castaña y canosa, un vigoroso bigote y una espesa barba del mismo color cubrían casi por completo el semblante del personaje.

Ante la atenta mirada de niños y mayores, el mago realizó una serie de trucos fascinantes.Primero hizo levitar algunos objetos como cucharas o botijos, y después hizo que desaparecieran y volvieran a aparecer esos objetos, a veces en el mismo sitio y otras en lugares diferentes. Ahora, como culmen del espectaculo, la extraña caja de unos dos metros ocupaba el centro del escenario.

—Para el truco final necesitaré que se ofrezca voluntaria alguna bella ayudante —dijo melosamente el mago con sus modales de ciudad.

Nadie respondió, la gente se rió y se agito nerviosa en sus asientos. El mago miró a los asistentes, todos le esquivaban la mirada hasta que topó con los bonitos ojos marrones de una joven. El hombre entendió que en los pueblos de interior no era cómo en la ciudad, estaría mal visto que ella se ofreciera a exhibirse, así que él se acerco y le tendió la mano.

—Usted señorita. ¿Me haría el honor de ayudarme en el más impresionante de los números de magia?

—No, no gracias. —La muchacha se ruborizó.

—¡Venga Merceditas, sal ahí! —vociferaban los adolescentes mientras reían. La hija del tabernero era muy popular entre ellos. Era la única joven del pueblo. Entre la emigración a las ciudades y las fiebres que sacudieron el pueblo cuatro años atrás, en las que murieron varias decenas de habitantes, sólo quedaban algunas niñas y mujeres mayores de treinta.

La chica, tras hacer un poco de comedia negándose, salió al escenario. Todos aplaudieron y silbaron mientras el mago la ayudaba a tumbarse dentro de la caja. Después cerró la tapa de forma que sólo los pies y la cabeza asomasen y colocó un gran candado.

—Ahora, necesito que se mantengan en silencio —pidió el mago—. Van a contemplar el truco más impresionante de todos los tiempos. Voy a cortar a esta muchacha en tres partes con el poder de mi magia.

El público se agitó y murmuró. el gesto de la chica cambió por completo. Pero nadie dijo nada, sabían que era un espectáculo. El mago colocó delicadamente unas grandes cuchillas en las ranuras de la caja. Primero, con elegantes movimientos, a la altura de la cintura y después a la altura del cuello. La gente aguantaba la respiración.

—¡Abracadabra! —gritó a la vez que con un golpe brusco introducía las cuchillas haciéndolas atravesar la caja y surgir por el otro extremo. Un corto grito de asombro invadió la plaza. Después un intenso silencio.

—¡Tachán! —exclamó Jean Pierre apartándose y dejando al descubierto el rostro alucinado de la joven—. ¿Cómo éstas Merceditas?

—Bi…bien —contestó ésta con una risa nerviosa.

Una gran ovación inundó la plaza. El público aplaudió, gritó y rió largo rato. Los vítores de los más jóvenes se debían escuchar a kilómetros a la redonda. Finalmente, el mago levantó la manos y el público enmudeció expectante.

—Ja Ja Ja —rió el mago en una carcajada maléfica que heló la sangre de los asistentes—. ¿Nunca les han prevenido acerca de los desconocidos? No deberían fiarse de cualquiera. ¡Necios!

Los vecinos se quedaron sin habla, no comprendían. Algunos se levantaron indignados y abucheaban cuando el mago se arrancó la barba, el bigote y se quitó lentamente la peluca.

—¡Es el desgraciado del circo de los monstruos —gritó Serviliano levantándose—. ¡Saca de ahí a mi hija inmediatamente!

El público, colérico,  se alzó berreando palabras amenazantes. El mago levantó las manos sin perder un ápice de la sonrisa.

—¡No!  —exclamó levantando la voz de forma sobrenatural. La gente se paralizó por un momento—. Ahora soy Jean-Pierre Labasú, el mago. Os arrepentiréis siempre de haberme conocido. Estoy aquí para maldeciros hasta el fin de los tiempos. Desde este momento, toda mujer joven que en este pueblo ose entrar, al igual que mi hija, perecerá. Y por el momento, tu hija será la primera.

Una marabunta de almas enajenadas se abalanzó contra el escenario como años atrás. El mago, con un gesto veloz, tiró algo al suelo que explotó creando una nube de humo que desconcertó a todos. No podían ver nada. Pasaron apenas cuatro segundos cuando se oyó el grito desgarrador de una mujer.

—¡Oh Dios mío! —gritó otra voz.

El humo desapareció y con él el mago. Sin embargo, una dantesca imagen apareció frente a ellos: la caja estaba separada a la altura de la cintura y todas las entrañas de la chica colgaban de ella humeantes por el contraste con el frío del exterior. La cabeza, con una horrible mueca parecida a una sonrisa, reposaba cortada sobre un charco de sangre encima de la caja.

El cartel con el nombre del mago situado en el tablón trasero del escenario había caído. En su lugar estaban colgadas las cabezas del niño perro, las siamesas y demás fenómenos del circo de los monstruos junto a un mensaje pintado en sangre: «Os juré que me vengaría. Sois los siguientes»

De la chimenea del extraño carromato surgió un vapor a presión acompañado de un agudo pitido. La gente corrió despavorida. Serviliano se abrazo llorando a la cabeza de su hija en el instante en el que el pitido cesó. Toda la gente dejó de correr y miró aterrada a la carroza. Una gran explosión surgió de ella arrasando con fuego líquido toda la plaza, y matando a todos los vecinos presentes del pueblecito de montaña de esos en los que nunca pasa nada.

Una vez más, gracias por estar ahí, espero os haya removido algo por dentro.

No dudéis en comentarme lo que queráis, ser valientes y seguirme si os gusta lo que leéis para no perderos nada y compartir esto en las redes sociales.

Que las pesadillas os acompañen.

4 respuestas a “Jean-Pierre Labasú

  1. ¡Haaaaala! Pobre Merceditas… Y pobre resto del pueblo, ya que estamos.
    Violento y crudo, bastante salvaje, aunque no desagradable, si obviamos la escena de las entrañas y las cabezas 🙂
    Una idea de desarrollo: Se me ocurre que, en vez de hacerlo lineal (es decir, primera parte referida a los sucesos del pasado que son el prólogo de la segunda parte en el «presente»), se podría hacer con saltos temporales, a saber: iniciando en el presente, haciendo un «flashback» dialogado que vaya dando pistas sobre la razón de la venganza y conclusión de nuevo en el presente. No digo que lo hagas, claro, es solo que soy un fan de los saltos temporales en la narración 😀

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